Jueves Santo: El lavado de los pies

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Por: Padre Bernie Weir
El Mensajero Católico

Yo no sé ustedes, pero yo no toco los pies de las personas. Y con seguridad, no lavo los pies de nadie. Incluso el lavado del Jueves Santo solo es un lavado simbólico. En realidad no toco sus pies con mis manos.

P. Weir

Las personas que cuidan a otros, tocan y lavan los pies de los demás. Las mamás y los papás acarician a los bebés y los pequeños piececitos de los niños. Yo no recuerdo la última vez que mi papá acarició mis pies ni tampoco recuerdo haber tocado los suyos. En la cultura estadounidense no se hace eso.

Sin embargo, el Jueves Santo mantiene uno de los rituales más apreciados: el del lavado de los pies. Siempre es difícil conseguir voluntarios que se ofrezcan para que se les lave los pies. Los varones piensan que sus pies son feos (y eso es así). Los pies de las mujeres no están tan mal porque ellas van a hacerse la pedicura esa mañana.
Yo no entendí el lavado de los pies hasta que vi a Padre Kelleher — después Obispo Kelleher- lavando los pies de alguien en la vida real. Su simple acto me enseñó a cuidar de aquellos en necesidad. Lo que aprendí ese día fue una de las lecciones más importantes en el seminario y en toda mi vida. Ese día, cambio la forma en que yo trataba a las personas.

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Esto es lo que sucedió.

En un invierno, hicimos un trabajo voluntario en una casa de refugio para hombres en el centro de Chicago. Uno de estos señores había estado causando problemas toda la tarde y fue necesario llamar a la policía para que se lo lleven. El hombre tenía un aspecto desagradable. Decir que olía mal, hubiera sido algo amable. Se había vomitado sobre él mismo y sobre el Obispo Kelleher. Estaba sucio, mojado tanto como cualquier otra cosa que se pudiera pensar. Se encontraba borracho, molesto y buscando pelea, aunque a las justas se mantenía de pie. Era realmente desagradable estar con él.

En algún momento de la tarde, se sacó los zapatos y el único calcetín que tenía. Cuando la policía llegó y estaban a punto de llevarse a ese señor, el Obispo Kelleher los detuvo y les dijo: “Déjenme ponerle los zapatos, pues, hace mucho frio allá afuera.” Este hombre había vomitado sobre el obispo, sin embargo, el Obispo Kelleher encontró los zapatos y el calcetín; le limpió las plantas de los pies con su mano y le puso sus zapatos y el calcetín.

Esa fue la primera vez que yo he visto a alguien lavar los pies de otro. En el Evangelio del Jueves Santo, Jesús dijo: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque los soy. Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo.”

Yo solo espero y oro para que cuando llegue el tiempo de lavar los pies a otro, lo pueda hacer.

(Padre Bernie Weir es el pastor de la parroquia de Santiago Apóstol en Washington.)


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