¿De quién es la culpa?

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Por: Miriam Wainwright
El Mensajero Católico

Platicando con unos amigos, me decían que Adán y Eva tenían la culpa -por haber pecado- de todos los problemas que los seres humanos hemos tenido que enfrentar anteriormente y de todos los sufrimientos que estamos viendo  en el mundo entero. Consideran que día a día, se agudizan más por la falta de tolerancia, hermandad, solidaridad, justicia e igualdad entre las personas. Todo esto como consecuencia de la ausencia de los valores básicos, que comienzan con la formación de los niños en las familias, ya que la familia es la base de toda sociedad, en donde se producen y se forman los hombres y mujeres del mañana y, que por lo tanto, depende de la formación que les demos, la calidad de seres humanos que serán; de allí podremos esperar sociedades más justas, humanas y económicamente más desarrolladas, con igualdad de oportunidades para todos.

Miriam Wainwright
Miriam Wainwright

Y así como la familia es la base de la sociedad, el matrimonio es la base de la familia, por lo tanto, un matrimonio solido conlleva familias sólidas, no perfectas, pues, ya lo dijo el Papa Francisco, no hay familia perfecta, pero si matrimonios y familias que luchamos, para que aun en medio de las diferencias, de los problemas y de las pruebas, prevalezca el amor.

El libro del Génesis nos enseña que en el día sexto de la Creación, Dios creo al hombre a su imagen y semejanza, lo puso en un bello lugar, hecho exclusivamente para ese ser tan especial que Dios había creado y le dio poderío sobre la tierra y sobre todo otro ser viviente. Le dio una compañera, la mujer, para complementarse y que no estuviera en soledad, al hombre le dio la fuerza, el carácter, el valor, la determinación; a la mujer le dio la docilidad, el cariño, la tolerancia, la amabilidad y a ambos la capacidad de  entrega, de darse y de amar que va más allá del sufrimiento. Tenían a Dios con ellos y nada les hacía falta, pero llega un ser lleno de maldad y les incita al pecado, que no es ninguna manzana, ni el sexo como se nos ha hecho creer, si no, la desobediencia a Dios quien les dijo que no debían comer del árbol del conocimiento del bien y del mal o morirían; pero la serpiente muy astuta les dice: ‘’no es cierto que morirán… Es que Dios sabe que si comen de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como Dios…”

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Les dijo una mentira mezclada con una verdad. No hay nada que confunda más que una mentira mezclada con una verdad; ellos comieron y pasaron a ser como dioses, sabiendo que es bueno y que es malo, cuando solo a Dios correspondía tal cosa y claro, la mentira se hizo obvia, pues contrario a lo que la serpiente dijo, si morimos…
Las consecuencias de la desobediencia a Dios, trajo a las personas problemas, enfermedades y muerte, cosas que se han ido multiplicando y que hacen de la vida del hombre y de la mujer, un
constante sufrimiento y al igual que a mis amigos, he escuchado a muchos culpar a Adán y a Eva de sus problemas, pero ¿se vale seguir echándoles la culpa a ellos?

Jesucristo vino a rescatarnos del pecado; con su sacrificio en la cruz nos reconcilió con Dios, y  nos dio su ejemplo de vida, ensenándonos a amar y a perdonar; amar incondicionalmente como Dios nos ama y fue más allá y no solo nos pide amar  y perdonar a quienes nos aman, si no a amar y perdonar a nuestros enemigos, a aquellos que nos hacen daño, y tenemos ejemplos de muchos hombres y mujeres que han  podido cumplir los preceptos de Cristo Jesús, amando y sirviendo al prójimo incondicionalmente y perdonando a aquellos  que les han causado a veces, hasta la muerte y dentro de estos ejemplos tenemos el matrimonio que juntos han alcanzado la santidad.

Pensemos ahora y ¿si nosotros hiciéramos lo mismo? ¿Y si  amaramos incondicionalmente en el matrimonio y en la familia? ¿Si practicáramos más la paciencia, el perdón, la tole-rancia podríamos mejorar al mundo? Claro que sí, si supe-ramos egoísmos, caprichos, orgullos, ambiciones y amor propio, por el amor, el perdón, la paciencia y el deseo del bien del prójimo, no habría más separaciones, divorcios, ni divisiones en las familias. No será fácil, y nadie dijo que lo sería, pero todo es posible cuando tenemos a Dios con nosotros, en nuestra flaqueza, él es nuestra fuerza, nuestra roca, nuestro alcázar, oremos siempre consagrándole nuestro matrimonio y nuestra familia y pidiendo su guía, pues no podemos pretender que el mundo cambie si no empezamos cambiando nosotros.

Ya no culpemos a los otros, nosotros tenemos la opción de ser y actuar diferentes y, no pretendamos ser como Dios, determinando que está bien y que está mal, eso le corresponde a Dios, hagamos siempre lo que él nos manda, pues él es un padre sabio que quiere siempre lo mejor para sus hijos. ¡Dios les bendiga!


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