Una vida al servicio

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Por Miguel Moreno
El Mensajero Católico

El viernes 5 de setiembre de 1997, los noticieros anunciaban con pesar la muerte de Madre Teresa. Hacía poco, en la sociedad, había muerto una mujer de la cual la presa se ha ocupado mucho. Tal vez, Dios eligió llamar a Madre Teresa en ese tiempo, respondiendo así a la súplica que ella siempre le dirigió, es decir, salir de este mundo con la misma sencillez en la que vivió.

Sin embargo, todos los medios de comunicación se ocuparon de ella, católicos y no católicos, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, pobres y ricos, hombres y mujeres, ancianos y niños, todos, absolutamente todos sintieron en lo profundo de su ser la muerte de esta frágil, diminuta, sencilla y sonriente mujer.
Pasará esta generación y vendrá otra, y después otra. Cuando ellos escuchen la vida de Madre Teresa les será difícil creer que hubo entre nosotros una mujer creyente, cuya fe le llevó a dar la vida por los más pobres de entre los pobres. Les costará creer que esta mujer compartió nuestro tiempo y nuestra historia; más de uno pensará que se trata de un lindo cuento, una agradable historia que merece simplemente ser escuchada, pero no creída.

Sin embargo, nosotros sabemos bien lo que ha acontecido, hemos sido afortunados de ser testigos de esta entrega, de este ejemplo de amor y sacrificio, de este ejemplo cristiano, de esta mujer que nos exhortó a dar desde nuestra pobreza, de esta mujer que nos pidió dar hasta que nos duela. Somos testigos del mismo modo en que los apóstoles lo fueron de Jesucristo. Después de la Resurrección, san Juan nos dice: “Nosotros hemos comido con El, hemos estado con El”. En forma paralela, podríamos nosotros también decir: “Somos testigos, hemos visto y hemos oído que en nuestra historia, un ser humano como nosotros, ha pasado haciendo el bien en el Nombre de Jesucristo”.

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Quedan las obras de Madre Teresa en medio de nosotros, queda en la historia las miles de almas que en los últimos instantes de su vida encontraron amor, quedan en las calles de Calcuta sus pasos como testigos de una realidad que no muere, quedan en los hospitales, en los orfanatos, en los lugares de hambre y de miseria sus hijos e hijas de la Caridad, que continuarán expresando el amor a los que más lo necesiten. Quedan sus palabras en nuestras conciencias. Queda la esperanza más viva que nunca…

Madre Teresa, gracias….

Gracias, por tu sencillez de corazón, porque eso me ayudará a ser humilde ante los aplausos y los triunfos que me rodeen.
Gracias, por tu ejemplo de oración, porque eso me motiva a buscar un momento en mí día, para encontrarme con Dios.
Gracias, por tu ejemplo de creyente, porque eso fortalece mi fe y acrecienta mi amor a Dios y a los seres humanos.
A todos ustedes, en sus casas, en sus responsabilidades, por donde se encuentren, no olviden, que a pesar de los pesares, a pesar de toda adversidad, a pesar de las mil cosas que puedan ocurrir en el entorno, jamás pierdan la alegría, que es el principio de toda buena acción.

¡Madre Teresa de Calcuta, ruega por nosotros!


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